Pacto de teodomiro comentario de texto
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Pacto de teodomiro comentario de texto
TEXTO : PACTO DE TEODOMIRO.
1:ECONOMÍA Y SOCIEDAD EN LA ESPAÑA VISIGODA.2:ORGANIZACIÓN POLÍTICA.
A fin de contener la presión de los pueblos bárbaros sobre el limes, Roma se había visto obligada a aliarse con algunos de ellos, que habían sido establecidos en el Imperio en calidad de “federados”. A cambio de tierras, se les pedía que defendieran al Imperio de la amenaza de otros pueblos. Tal era el caso de los Visigodos. Procedentes del norte de Europa, habían realizado una larga migración hasta establecerse en la región del Mar Negro. A finales del siglo IV, el emperador Teodosio los introdujo en el Imperio por medio de un pacto o foedus con el Estado romano por el que, a cambio de ayuda militar, se les permitió asentarse en la región del Danubio.
En el año 409, los suevos, los vándalos y los alanos, pueblos germánicos, cruzaron los Pirineos y se establecieron en Hispania, sembrando la devastación. Para expulsarlos, las autoridades romanas solicitaron de nuevo la ayuda de los visigodos, que fueron establecidos, esta vez, en el sur de la Galia. Desde allí los combatirían. En el año 416 entraron en Hispania como tropas federadas. Los alanos fueron exterminados; los vándalos huyeron al norte de África, donde establecieron un reino en torno a la antigua Cartago, y los suevos quedaron arrinconados en la región del noroeste (la Gallaecia), donde fundaron un reino.
Al desaparecer el gobierno romano en el año 476 (fecha en que fue depuesto el último emperador romano de Occidente, Rómulo Augústulo), los visigodos fundaron un reino independiente en el sur de la Galia (Aquitania) y nordeste de Hispania, con capital en Tolosa. Pero la expansión de los francos por la Galia provocó el enfrentamiento con los visigodos, que fueron derrotados y expulsados al sur de los Pirineos (año 509), permaneciendo bajo su dominio sólo la Galia Narbonense o Septimania. Entonces se establecieron en Hispania, donde fundaron un reino con capital en Toledo.
Aunque sus antiguos pactos habían hecho de los visigodos un pueblo romanizado, sin embargo, durante el siglo VI se mantuvo la separación entre éstos y la población hispano-romana. Los visigodos eran una minoría dominante (unos 150.000) que se impuso sobre una mayoría dominada de unos cuatro millones de hispanorromanos. Por lo demás, hablaban lenguas diferentes, aunque los visigodos fueron adoptando el latín como idioma común, tenían códigos de leyes separados y diferente credo religioso: los hispano-romanos eran mayoritariamente de religión católica, mientras que los visigodos eran cristianos arrianos. Sin embargo, paulatinamente se iría produciendo un proceso de integración. Este proceso tuvo sus principales realizaciones en los reinados de Leovigildo, Recaredo y Recesvinto.
El primero de ellos anexionó el reino suevo de Galicia en el año 585 y sometió los enclaves costeros del sur peninsular bajo dominio bizantino. El segundo abrazó el catolicismo en el III Concilio de Toledo (589), lo que significaba la conversión de todo su pueblo; la unidad religiosa facilitó la unificación política y cultural, al tiempo que situó a la Iglesia en el primer plano de la vida política del reino. El tercero acabó con la diferenciación jurídica de todos los habitantes de Hispania al promulgar el Liber Iudiciorum o Fuero Juzgo en el año 654, norma jurídica que fundía el derecho romano con la tradición germánica. La Península volvía a tener la unidad territorial, política, religiosa y cultural que conoció en la época romana..
Los visigodos respetaron la división territorial romana en cinco grandes provincias, que pasaron a llamarse ducados por tener al frente un dux o duque (caudillo militar.Desde el punto de vista político, introdujeron en Hispania la monarquía como forma de gobierno. La monarquía visigoda era electiva; los principales nobles elegían al rey. El máximo órgano de gobierno eran los Concilios de Toledo. Además de órganos de disciplina religiosa y moral, estos Concilios, celebrados en la capital del reino, eran asambleas que integraban al rey, a la nobleza y a la Iglesia para realizar funciones de carácter legislativo. Al margen de éstos, el rey se hacía asesorar en su función de gobierno por el Aula Regia, un organismo heredado del tradicional Consejo de Ancianos visigodo. Era una asamblea de carácter consultivo, integrada por magnates que asesoraban al rey en asuntos políticos y militares.
En el ámbito económico, la época visigoda significó una prolongación de las características ya apuntadas para el bajo imperio. Se fueron debilitando las relaciones comerciales entre Hispania y las otras tierras del antiguo imperio romano. Decayeron las ciudades, núcleos de actividad mercantil y artesanal. Las instituciones municipales fueron vaciándose de contenido y, en su lugar, el obispo y el conde dirigían los destinos de los antiguos núcleos urbanos.
En el aspecto social, el debilitamiento de la ciudad como coordinadora del territorio dejó el mundo rural a expensas de la voluntad de los grandes propietarios de latifundios. Los aristócratas, tanto los de origen romano, que mantenían el control de la administración, como los de origen visigodo, que monopolizaban la dirección militar, poseían numerosas y extensas propiedades rurales, para cuya explotación aún se empleaba mano de obra esclava. Era frecuente caer en situación de esclavitud a causa de las deudas contraídas o bien por confiscaciones de carácter político. Pero la mayoría de la población campesina estaba integrada por los colonos. En la mayor parte de los casos, éstos habían sido con anterioridad propietarios de pequeñas explotaciones, pero las circunstancias los habían empujado a abandonar su libertad y a encomendarse a algún gran propietario que los protegiera con su ejército privado. Como consecuencia, fueron proliferando las relaciones de dependencia entre la mayoría de los habitantes del reino y las minorías aristocráticas, tanto laica como eclesiástica. Estas poderosas aristocracias, como ya apuntamos más arriba, llevaban las directrices del gobierno a través de los Concilios de Toledo.
3:CAUSAS DE LA RÁPIDA CONQUISTA DE HISPANIA POR LOS MUSULMANES.
.- La conquista musulmana de la Península.
Se llevó a cabo entre los años 711 y 714. Aunque el Islam se encontraba desde el año 634 en pleno proceso expansivo, la causa inmediata fue la situación de crisis interna en que se hallaba el reino visigodo de Toledo. La monarquía visigoda adolecía de una gran debilidad interna debido al gran poder que tenía la nobleza así como por el carácter electivo de la corona. En este marco, las intrigas políticas y las rivalidades entre bandos por la sucesión al trono eran frecuentes.
El rey visigodo Witiza había asociado al trono a su hijo Agila para que le sucediera, pero a su muerte, el duque de la Bética, Rodrigo, fue proclamado rey por los nobles. Ello desencadenó una nueva guerra civil entre grupos nobiliarios rivales. El bando witizano solicitó la ayuda de los musulmanes, que ya habían ocupado la Mauritania Tingitana, a la que llamaron Ifriqiya.
Respondiendo a esta llamada, el gobernador del norte de África, Musa, envió una expedición de 12.000 hombres dirigidos por Tariq. La inmensa mayoría de estos guerreros eran bereberes, es decir, musulmanes del norte de África, recientemente convertidos al Islam. Cuando este ejército desembarcó en Gibraltar don Rodrigo se encontraba en el norte combatiendo a los vascones, y al enterarse de ello, bajó a marchas forzadas para repeler la invasión, pero fue vencido por los musulmanes en la batalla de Guadalete (711). Una vez vencedores, los musulmanes, conscientes de la riqueza de la Península y de la situación de debilitamiento que sufría el reino visigodo, decidieron proseguir hacia el norte, dirigiéndose hacia Córdoba y Toledo, que, abandonada por las fuerzas reales, fue tomada sin mayores dificultades. Tariq se apropió de un cuantioso botín.
Un año más tarde se sumaría a esta campaña el propio Musa con un nuevo ejército integrado en su mayoría por árabes, ya que no quería perderse la oportunidad de conseguir tanta fortuna de una forma tan fácil y rápida. Éste, antes de marchar sobre Toledo, decidió asegurarse la Bética y tomó Sevilla y Mérida, que opusieron dura resistencia ya que en ellas se habían refugiado numerosos partidarios de don Rodrigo. El hijo de Musa, Abd al-Aziz, sofocó una importante sublevación en esta provincia y ocupó toda la parte oriental de la actual Andalucía, llegando hasta tierras murcianas, donde firmó un pacto de capitulación con el noble godo Teodomiro en abril del 713. Musa se reunió en Toledo con Tariq y juntos prosiguieron la campaña hacia el norte. A finales del año 714, toda la Península, salvo la franja norte, había sido sometida. Fue un paseo militar, pues apenas encontraron resistencia. Los musulmanes llamaron al territorio conquistado Al Andalus, nombre de origen incierto.
Las razones que explican la rapidez y facilidad con que se llevó a cabo la conquista son varias: en primer lugar debemos tener en cuenta que España formaba entonces una unidad política, de manera que a los musulmanes les bastó con conquistar las principales ciudades del reino para que cesase la resistencia en sus respectivos ámbitos de influencia, que en algunos casos eran territorios muy amplios. En segundo lugar, hay que tener en cuenta que durante los últimos años del gobierno visigodo, la población había sufrido una dura presión fiscal y se había visto sometida al abuso de la nobleza, de ahí que en algunos momentos vieran a los musulmanes como unos liberadores ante las condiciones tan ventajosas que ofrecían a aquellas poblaciones que decidieran capitular. Especialmente significativo fue el caso de los judíos, minoría contra la que se había manifestado una creciente hostilidad a través de algunas disposiciones legales recogidas en el Fuero Juzgo y de otras muchas normas emanadas de los Concilios de Toledo, muy lesivas para sus intereses. Por último, la posibilidad que se ofrecía a los grandes terratenientes de continuar al frente de sus posesiones e incluso de mantener la práctica de su religión si se decidían a capitular, hizo que muchos de ellos no ofrecieran resistencia a los invasores.
La ocupación de los territorios conquistados se llevó a cabo mediante un doble procedimiento:
- La rendición incondicional para aquellos que opusieron resistencia y hubieron de ser sometidos por las armas. Perdieron sus derechos y sus tierras fueron repartidas entre los conquistadores.
- La rendición pactada o capitulación. A los que se sometieron voluntariamente a los musulmanes se les respetaron sus derechos y tierras a cambio del pago de los tributos correspondientes. Éste fue el procedimiento más habitual, dadas las condiciones benévolas ofrecidas por los invasores y la situación de cansancio de una población agobiada por los enfrentamientos internos y la excesiva presión fiscal.
3:EL CALIFATO DE CÓRDOBA:ORIGEN,CARACTERÍSTICAS DEL PERÍODO,Y SU DESINTEGRACIÓN EN TAIFAS.
El Emirato Independiente (756-929).
Desde la muerte de Mahoma y sus inmediatos sucesores hasta estos momentos, el imperio musulmán había estado gobernado por una poderosa dinastía de origen árabe, los Omeyas. Sin embargo, en el año 750 se desencadenó en Oriente Medio una sublevación encabezada por grupos persas. Éstos expulsaron al califa de Damasco, capital del Imperio, y asesinaron a casi todos los miembros de su familia. Desde ese momento, una nueva dinastía gobernaría el imperio: los abbasíes, que trasladaron la capital de Damasco a Bagdad.
Uno de los miembros de la familia Omeya, Abd-al-Rahmán I, consiguió escapar a la matanza y, huyendo de la persecución, vino a refugiarse a Al Andalus, donde, contando con el apoyo de algunas tribus árabes, se hizo con el poder en el año 756. Acto seguido, se proclamó emir independiente. Así, Al Andalus se convertía en una provincia independiente del califato desde el punto de vista político, mientras que en lo religioso aún mantenía el reconocimiento de la supremacía espiritual del califa de Oriente.
El nuevo emir fue el auténtico creador del estado musulmán en la Península al proceder a su organización política y administrativa.
El Estado de Al-Andalus se organizó de forma centralizada a partir del poder autocrático del emir. Éste se apoyaba en el hachib o primer ministro. Nombraba a los valíes o gobernadores provinciales y a los cadíes o jueces. La administración se estructuraba en divanes (especie de ministerios).
El territorio quedó dividido en circunscripciones llamadas coras, gobernadas cada una de ellas por un valí instalado en el núcleo urbano más importante de la provincia con una pequeña guarnición militar. Tenía atribuciones político-administrativas; la administración de la justicia correspondía al cadí. Para asegurar las comunicaciones entre las principales ciudades, los árabes construyeron una serie de reductos fortificados a lo largo de las calzadas. Con el tiempo, algunos, como Calatrava y Calatayud, se convirtieron en ciudades. La frontera estaba protegida por tres grandes marcas cuyas capitales eran Zaragoza (Marca Superior), Toledo (Marca Media) y Mérida (Marca Inferior). Dada su condición fronteriza, el valí o gobernador de cada una de ellas también tenía prerrogativas militares. Las principales autoridades ciudadanas eran el Sabih al-shurta,con funciones policiales, y el Sabih al-medina o gobernador de la ciudad.
La defensa estaba garantizada por un potente ejército cuyos mandos fueron confiados a los árabes. Este ejército estaba integrado mayoritariamente por soldados mercenarios, generalmente esclavos adquiridos en los principales mercados europeos. Pertenecían a un pueblo extendido por el nordeste de Europa, los eslavos o esclavones.
Fue ésta una etapa caracterizada por numerosas tensiones sociales con la población hispana convertida al islam (muladíes), con los cristianos residentes en Al Andalus (mozárabes) y con los judíos. Estas tensiones pusieron en peligro la vida del emirato.
Las más tempranas fueron las protagonizadas por los muladíes, que vieron truncada su esperanza de conseguir la prometida igualdad con los musulmanes viejos. No solo no quedaron exentos de ciertos impuestos sino que se les gravó con otros nuevos. La crisis de los muladíes toledanos se saldó en el año 797 con la llamada “Jornada del Foso”. El ejército del emir asesinó a la mayor parte de los notables de la ciudad desafectos al régimen. En el valle del Ebro, la poderosa familia de los Banu Qasi, que gobernaba las ciudades de Zaragoza y Tudela mantuvo en jaque en varias ocasiones al emir cordobés. En Badajoz, Ibn Marwan protagonizó un importante levantamiento contra el emir, aprovechando la capacidad militar que tenía por su posición al frente de una marca fronteriza. Pero la más notable de todas las revueltas muladíes fue la de Umar ben Hafsun, que dominó un territorio independiente en las sierras andaluzas durante cuarenta años. Fue sometida por Abd al-Rahman III en el año 929, cuando ya estaba muerto Hafsun.
También los mozárabes protagonizaron algunas revueltas. La primera tuvo lugar en Córdoba, ciudad en la que formaban una importante comunidad establecida en un barrio situado al sur de la ciudad: el arrabal de Secunda. A principios del siglo IX explotó el “Motín del Arrabal” cuando la población de este barrio se sublevó contra la policía emiral. Acabó con numerosas ejecuciones y el destierro de miles de mozárabes. El barrio fue completamente arrasado. Con posterioridad, la creciente islamización de Al Andalus llevó a muchos jóvenes a abandonar la fe de sus mayores. Esto produjo un sentimiento de rabia e impotencia que empujó a algunos jefes mozárabes a adoptar una actitud beligerante hacia el islam, buscando el castigo y aún el martirio, ya que pensaban que así removerían la conciencia de sus fieles. Este movimiento de mártires voluntarios duró diez años y acabó con la ejecución de unos cuantos mozárabes. Otros muchos huyeron a las tierras cristianas del norte. La Iglesia condenó este movimiento como herético.
El Califato de Córdoba (929-1.031).
Abd-al-Rahmán III (912-961), tras acabar con todas las rebeliones internas que amenazaban la unidad de Al Andalus, dio el paso definitivo para su total independencia. Fue en el año 929 al autoproclamarse califa (“sucesor” de Mahoma). Con ello se rompía el vínculo religioso con la máxima autoridad del imperio; se conseguía la independencia no solo política, sino también espiritual. De este modo, se inauguró el Califato de Córdoba, la etapa más brillante de la historia de Al Andalus.
Con este acto no solo se reivindicaba la legitimidad de la dinastía Omeya frente a la usurpación cometida por la familia abasida a mediados del siglo VIII, sino que además, Abd-al-Rahman III pretendía contrarrestar un nuevo peligro que había surgido en el norte de África: el de los fatimíes, que pretendían unificar todo el mundo islámico bajo su mando.
Los éxitos militares de Abd al Rahman III permitieron fortalecer el Estado y el propio poder califal haciendo efectiva una centralización fiscal que le dotó de amplios recursos económicos. Reforzó el ejército con nuevos efectivos mercenarios y concedió los principales cargos del gobierno y la administración a gente adicta a su persona, en detrimento de la aristocracia de sangre, creando de este modo una nueva aristocracia palatina que le era muy fiel.
Su política exterior pasó por establecer su autoridad sobre los reinos cristianos del norte de la Península, y sobre el norte de África frente al nuevo califato fatimí. Su hijo y sucesor, Al Hakam II (961-976) añadió a la fortaleza política y militar heredada un esplendor cultural y artístico que hizo de Al Andalus la sociedad más avanzada de su época.
La última etapa del Califato de Córdoba se caracterizó porque un aristócrata, Al Mansur o Almanzor (977-1.002) consiguió monopolizar el poder durante el califato de Hisham II. Almanzor estableció una dictadura militar que le permitió efectuar devastadoras campañas militares (aceifas) contra los reinos cristianos del norte que proporcionaron un cuantioso botín. No fueron campañas de ocupación, sino simples razias cuyos objetivos eran la destrucción y la rapiña. A su muerte, una serie de turbulencias políticas y de luchas entre bandos rivales dieron paso a la disgregación del califato en múltiples reinos independientes, llamados taifas. En 1.031 se formalizó la desaparición del Califato de Córdoba.
5: ECONOMÍA Y SOCIEDAD DE AL-ANDALUS.
Al Andalus constituyó una sociedad fundamentalmente urbana orientada hacia una intensa actividad mercantil y hacia la mejora de los rendimientos de la agricultura.
Esta mejora se debió principalmente al continuo incremento de la agricultura de regadío y a la paulatina introducción de productos hortofrutícolas, cuyo cultivo dependía del abastecimiento artificial de agua. Los sistemas de riego se basaban tanto en circuitos de acequias como en la extracción, mediante norias, del agua de ríos y pozos. Mediante ambos sistemas, los musulmanes ampliaron los espacios de regadío de la Península y provocaron un incremento extraordinario de la productividad. Además aumentó la superficie destinada al olivar, en detrimento del trigo, mientras que el cultivo de la vid prácticamente se mantuvo.
La ganadería ovina también aumentó, no tanto para la obtención de lana como de carne y leche.
La actividad artesanal (vidrio, cuero, cerámica…) y la industria textil fueron actividades básicamente urbanas que alcanzaron un notable desarrollo. El destino de los productos no solo era el mercado interior sino que se vertebró un importante comercio exterior con las diversas partes del mundo islámico a través del Mediterráneo y, en menor medida, con Europa. Se importaban esclavos de Oriente, de África y de Europa, así como primeras materias (pieles, madera, metales…), y se exportaban productos manufacturados, sobre todo de lujo. La circulación de moneda fue abundante. El sistema monetario se basaba en el dinar de oro y en el dirhem de plata, cuya acuñación se centralizaba en la ceca de Córdoba.
La población de Al Andalus fue fundamentalmente urbana. Algunas de sus ciudades se convirtieron en las más populosas de Europa, como Córdoba, con 100.000 habitantes, Sevilla con 50.000 y Toledo con unos 40.000. Las ciudades andalusíes cumplían una triple función: administrativa, económica y fiscal, pero sobre todo se caracterizaron por ser grandes mercados.
Aunque la mayoría de ellas tenían un pasado romano, su trazado urbanístico recibió una impronta particular. Tenía un núcleo amurallado que recibía el nombre de medina, donde se ubicaba la mezquita principal o mezquita aljama (allí se realizaba la oración de los viernes), el zoco o mercado y el alcázar o alcazaba, residencia del gobernador. La medina era por tanto el centro de la vida pública, administrativa y religiosa de la ciudad. Las madrasas (centros dedicados al estudio del Corán) y los baños públicos constituían los principales servicios urbanos. Adosados a la muralla de la medina figuraban los arrabales o barrios, cada uno de los cuales contaba con su propia mezquita y mercado. En la mayoría de los casos, el conjunto de arrabales también contaba con su propia muralla. Fuera de la ciudad, las maqbaras o cementerios públicos y las almunias o fincas de recreo completaban el paisaje urbano. Éstas contaban normalmente con jardines y huertas.
El trazado urbanístico era un tanto laberíntico, con calles estrechas y sinuosas que subían, bajaban y giraban adaptándose a las pendientes y curvas del terreno. Esta disposición facilitaba la salida del agua procedente de la lluvia y la evacuación de las aguas residuales a través de un canal excavado en el suelo. El exterior de las casas tenía un escaso atractivo y un número muy reducido de ventanas; generalmente daban a un patio interior y, a veces, a pequeños callejones sin salida compartidos por varias viviendas. De esta manera, los vecinos ocultaban su vida privada y, en especial, a las mujeres, lo que constituye una característica de la cultura musulmana.
En las ciudades musulmanas existían también barrios segregados, como las juderías (donde residían los judíos), delimitadas por vallas o puertas.
En la sociedad de Al Andalus existía una gran diversidad étnica y religiosa.
El grupo religioso dominante era el de los musulmanes, los conquistadores que habían configurado el nuevo Estado andalusí. En el siglo VIII, este grupo comenzó siendo minoritario ante la gran mayoría cristiana hispanogoda, pero fue creciendo hasta llegar a constituir la mayoría de la población durante el califato, debido probablemente a las conversiones al Islam. Sin embargo, no formaban un grupo homogéneo ni cohesionado, ya que estaba integrado por:
-Los árabes procedentes de Oriente, llegados a la península con Musa al principio de la conquista. Constituían la élite dirigente del Estado y de la sociedad. Eran muy minoritarios respecto a otros grupos musulmanes y a su vez, estaban divididos en tribus enfrentadas.
-Los bereberes del norte de África, que, aunque mayoritarios, estaban sometidos políticamente a los árabes, con los que tuvieron numerosos enfrentamientos, como el del año 740.
Unos y otros estaban organizados tribalmente.
-Los musulmanes “nuevos” autóctonos o muladíes, es decir, los cristianos hispanogodos convertidos al Islam. Aunque la religión islámica predicaba la igualdad entre los fieles, los conquistadores disfrutaban de una posición de privilegio. A medida que se convirtieron en un grupo mayoritario, los muladíes fueron reivindicando una mayor participación en el poder político y social. Generalmente, para conseguirlo, se hacían adoptar por una familia árabe ilustre, de la que dependían y tomaban sus apellidos. Así, sus descendientes podían hacerse pasar por árabes. Por esta razón, el número de apellidos árabes se multiplicó a partir del siglo X. Sin embargo, siempre fueron marginados de la vida pública, lo que originó numerosas revueltas.
Hacia el siglo XI, las tres etnias estaban ya muy mezcladas y arabizadas, hasta el extremo de que todas ellas se enfrentaron a los bereberes que siguieron llegando a Al Andalus con las invasiones de los almorávides y los almohades.
Junto a los musulmanes existían otros dos grupos numerosos: los cristianos que quedaron bajo dominación musulmana, llamados mozárabes, y los judíos. Ambos profesaban “religiones del Libro”, es decir, basadas en la Biblia y la revelación monoteísta. Por ello, el Islam las respetaba y permitía que gozaran de cierta autonomía, libertad de culto, leyes y jueces propios, a cambio del pago de ciertos impuestos de los que estaban exentos los musulmanes. No obstante, con el tiempo, el clima de intolerancia religiosa hacia ellos fue creciendo hasta el punto de hacer insoportable la convivencia en Al Andalus, especialmente durante los períodos almorávide y almohade. Eso es lo que explica el elevado número de migraciones que se produjeron hacia los reinos cristianos del norte. Así, los mozárabes, de ser la mayoría de la población pasaron a convertirse en una minoría marginal. Esta corriente humana fue muy importante en las tareas de repoblación de las tierras conquistadas a Al Andalus. Pero hubo algunas diferencias entre judíos y mozárabes: algunos judíos lograron ocupar cargos públicos de relevancia, respaldados por la confianza de algún emir o califa. Los judíos se integraron más plenamente que los cristianos en la vida, y, sobre todo, en las actividades comerciales de las ciudades andalusíes. También participaron de forma brillante en la actividad cultural de las élites de Al Andalus, empleando tanto el hebreo como el árabe.
Por último, en el nivel más inferior de la escala social estarían situados los esclavos, destacando dentro de este grupo los eslavos. Eran mayoría en el ejército emiral y califal, frente a otros grupos más minoritarios como los esclavos negros de procedencia subsahariana. Algunos hicieron carrera militar y promocionaron hasta alcanzar cargos dirigentes en el ejército, de ahí que cuando se produjo la disgregación del califato en múltiples taifas, algunas estuvieran gobernadas por reyezuelos eslavos. Procedían de la Europa del Este y habían sido adquiridos en grandes mercados como el de Verdún. La mayoría, con el tiempo, se islamizaron y llegaron a formar un grupo social influyente.
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