Repoblación reconquista resumen y tema
Repoblación reconquista resumen y tema
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Repoblación reconquista resumen y tema
TEXTO :REPOBLACIÓN
1:LAS GRANDES FASES DE LA RECONQUISTA.
Los primitivos núcleos de resistencia al Islam: siglos VIII al X.
a) El reino astur-leonés.
Aunque la cordillera pirenaica fue atravesada por los ejércitos musulmanes, éstos no llegaron a dominar las zonas más montañosas del Pirineo y de la cordillera Cantábrica, en parte quizá porque se trataba de zonas pobres escasamente habitadas y de poco interés para los recién llegados, más preocupados por asentarse con solidez en las tierras más ricas del sur. Frente a las poblaciones montañesas de ambas cordilleras, los musulmanes se limitaron a establecer guarniciones militares en puntos estratégicos, con la finalidad de prevenir posibles ataques y, en la medida de lo posible, mantenerlos sumisos y sujetos al pago de impuestos.
Tras la derrota en la batalla de Guadalete, un grupo de nobles y eclesiásticos godos huyeron a las montañas del norte, y allí se refugiaron entre la población montañesa. Uno de estos nobles, de nombre Pelayo (al parecer, un miembro del séquito personal del rey don Rodrigo), supo imponerse a los astures, de los que se convirtió en “caudillo” hacia el año 718. Tras el éxito obtenido en Covadonga en el 722 (desde la perspectiva musulmana una simple escaramuza de montaña), Pelayo dio un nuevo sentido a la lucha tradicional que aquellas poblaciones mantenían con “la gente del llano” y organizó un pequeño enclave político en torno a Cangas de Onís. La Historia lo considera el primer rey de España.
Hubo un acontecimiento fundamental para el afianzamiento de este núcleo: la revuelta bereber del año 740, agravada con una aguda sequía y hambre que asoló la Península entre los años 750 y 753. Ambos acontecimientos provocaron el reflujo de las posiciones islámicas en la Meseta Norte, circunstancia que aprovechó Alfonso I (739-757) para desmantelar las fortalezas musulmanas de la línea del Duero y crear una zona desértica o casi despoblada que dividiría el naciente reino de Al Andalus. La población mozárabe de toda esa zona fue incorporada al nuevo núcleo político, haciendo que las tribus montañesas perdieran la primacía en la vida política y social del naciente reino. Además, Alfonso I representa la unión en su persona de cántabros y astures, pues era hijo del duque de Cantabria y estaba casado con la hija de Pelayo, jefe de los astures.
El segundo momento importante en este proceso de consolidación del reino astur corresponde al reinado de Alfonso II (791-842). Se puede considerar a este rey como el auténtico creador de la monarquía asturiana, por cuanto transformó el primitivo núcleo de resistencia en un verdadero estado, con capital en Oviedo y una administración y sistema jurídico tomados del reino visigodo (Liber Iudiciorum). Siguiendo la tradición de la monarquía toledana, Alfonso II se hizo ungir rey, presentándose como heredero de la autoridad de los reyes godos, cuyo reino estaban llamados a recuperar; poco a poco se va fraguando la ideología que sustentará la Reconquista. También organizó la Iglesia asturiana, rompiendo los vínculos jerárquicos que la unían con la Iglesia hispanogoda de Toledo para afianzar la autoridad real en sus áreas de influencia. Aprovechó para ello el “conflicto adopcionista” que enfrentaba a los teólogos de ambos reinos. Fue entonces cuando se produjo el descubrimiento (o invención) del sepulcro del apóstol Santiago en Compostela, hecho de una trascendencia fundamental por cuanto el santo compostelano se convertiría en el principal soporte ideológico de la guerra contra el Islam. Desde el primer momento se organizaron las peregrinaciones a su sepulcro.
El tercer acontecimiento importante que consolidó el naciente reino fue la repoblación del despoblado valle del Duero durante la segunda mitad del siglo IX y principios del X. Principalmente fue obra de Alfonso III (866-911) y permitió ampliar los límites territoriales del reino, cuya frontera pasó de la cordillera Cantábrica al curso de este río. Esta expansión fue posible gracias a una presión demográfica importante de los valles cantábricos, demasiado poblados para una pobre economía ganadera, y a la llegada de una masa considerable de emigrados mozárabes que huían de Al Andalus. Alfonso III repobló Oporto, Zamora, Toro, Simancas y otras ciudades situadas en la margen derecha del Duero. Para atender mejor a los nuevos territorios, la capital se trasladó de Oviedo a León, ciudad que había sido restaurada a mediados del siglo IX por su antecesor Ordoño I.
Cabe destacar también la importante labor intelectual que algunos clérigos mozárabes llevaron a cabo en la corte de este rey, gracias a la cual las ideas restauracionistas alcanzaron su plenitud; ejemplo de ello es la Crónica de Alfonso III.
El siglo X fue sin embargo un siglo de crisis. No olvidemos que éste es el momento de mayor esplendor político y militar de Al Andalus (califato de Córdoba) y que los reinos cristianos fueron objeto de numerosas campañas de saqueo y devastación por los ejércitos cordobeses (aceifas), particularmente durante el reinado de Almanzor. En esta coyuntura se produjo a mediados de la centuria el nacimiento de Castilla como condado independiente. Ello fue obra de Fernán González, conde de Lara, que reunió bajo su mando todos los condados que formaban la frontera oriental del reino leonés.
En efecto, Castilla era la zona que recibía los ataques de los ejércitos musulmanes. Éstos se abastecían sobre las tierras de paso, por lo cual evitaban en sus incursiones los llanos despoblados del río Duero; en vez de dirigirse directamente hacia esta región, marchaban hacia Zaragoza, desde donde, siguiendo el curso del Ebro, a través de la antigua calzada romana que unía esta ciudad con Astorga, penetraban hacia el reino leonés por el puerto de Pancorbo. Al tratarse de una tierra llana, el reino de León trató de defender esta frontera oriental levantando en ella numerosos castillos (de ahí Castilla; “tierra de castillos”). Hacia el año 850 se cita a Rodrigo como primer conde de esta zona fronteriza, a la que acudían, durante los siglos IX y X, repobladores cántabros y vascos occidentales; gente poco “civilizada”, o sea, escasamente romanizados. Era gente que formaba comunidades de campesinos-guerreros y que se regía por sus costumbres ancestrales y no por la legislación visigoda de León. Este particularismo castellano, debido en gran parte a la mayor libertad que permitía la peligrosidad de la frontera, daría lugar a la independencia de la región a mediados del siglo X. Los sucesores de Fernán González, gracias a las numerosas plazas fortificadas, resistirían muy bien los embates de Almanzor, hecho que fortaleció al nuevo condado.
b) Los núcleos pirenaicos: Navarra, Aragón y Cataluña.
En el proceso de nacimiento y consolidación de estos núcleos de resistencia al Islam fue fundamental el papel jugado por el rey franco Carlomagno. Éste pretendía crear en la región comprendida entre los Pirineos y el Ebro una marca fronteriza que hiciera de barrera de protección de su reino frente a los musulmanes de Al Andalus, que habían saqueado reiteradamente las tierras allende los Pirineos en un intento de continuar su expansión europea. En un primer momento, la población montañesa, deseosa de sacudirse el yugo musulmán, había aceptado la tutela carolingia, pero desde comienzos del siglo IX, una vez neutralizada la amenaza musulmana, los nobles locales expulsaron a los condes francos y se hicieron con el poder.
En Pamplona, la familia Arista, que dirigía una población vascona con formas socioeconómicas de carácter tribal, apenas romanizada y escasamente cristianizada, fue la encargada de expulsar a los francos. Contó para ello con la alianza de los Banu Qasi, esa familia de origen muladí que controlaba el valle del Ebro y estaba interesada en llevar una vida independiente del emir de Córdoba. Desde comienzos del siglo X, esta dinastía sería reemplazada por la familia Jimena (oriunda de la región oriental), en un momento en que debió llegar a cierta madurez la cristianización y la organización eclesiástica del país, se alejó el peligro carolingio y se rompió la antigua alianza con los Banu Qasi, que se sometieron al dictado de Córdoba. La injerencia asturleonesa en los asuntos internos de este reino jugó un papel fundamental, debido a su interés en la defensa de su frontera oriental. La nueva dinastía inició en la persona de Sancho Garcés I (905-925) la expansión de este reino por tierras de La Rioja.
Peor conocido resulta el origen del condado aragonés. Entre finales del siglo VIII y principios del siglo IX, en los altos valles del Pirineo central (Aragón -llamado así por el río que lo atraviesa-, Sobrarbe y Ribagorza), la escasa población montañesa que habitaba aceptó la autoridad de los francos para escapar al control musulmán. Gradualmente, estos tres condados pasaron a manos de nobles locales, como Aznar Galindo, que estableció una dinastía hereditaria en Aragón en el siglo IX. Sus sucesores intentaron mantener la independencia de los condados frente a francos y musulmanes, para lo cual buscaron la alianza de los reyes de Navarra. Estas alianzas darían lugar a la unión de estos condados al reino de Pamplona en el año 970 en la persona de García Sánchez I, el hijo y sucesor del mencionado Sancho Garcés.
Distinto fue el caso de Cataluña, donde la hegemonía carolingia se mantuvo durante más tiempo. El fracaso de la expedición de Carlomagno contra Zaragoza en el año 778 sirvió sin embargo para avivar los sentimientos independentistas de la gente de la antigua Tarraconense. Así, Gerona se entregó voluntariamente a los francos en el año 785. Posteriormente, el hijo y sucesor de Carlomagno, Luís el Piadoso, intentó apoderarse de Pamplona, Huesca y Tortosa, pero también fracasó en su intento; el único que culminó con éxito fue el de Barcelona en el año 801. Así, la pretendida Marca Hispánica quedó reducida a los territorios de la Cataluña Vieja; las tierras comprendidas entre Gerona y Barcelona; entre el Pirineo y el río Llobregat. Para su mejor control y gobierno, este territorio fue dividido en un conjunto de condados (Rosellón, Ampurias, Gerona, Barcelona, Osona, Cerdaña, Urgel y Pallars), al frente de los cuales, los reyes-emperadores carolingios colocaron a hombres de confianza, generalmente aristócratas francos. Éstos lograron mantener el control de la zona durante todo el siglo IX; sin embargo, desde comienzos de la centuria siguiente, el Imperio carolingio entró en un proceso de decadencia que dio lugar a su fragmentación en reinos y principados. Ante la falta de una autoridad real sólida, los condes asumieron una mayor autonomía. Así, a finales del siglo IX, Vifredo el Velloso, conde de Barcelona que había conseguido reunir bajo su mando todos los demás condados, comenzó a gobernar con plena autonomía, aunque se mantuvo como vasallo del rey franco. Sin embargo, en la segunda mitad del siglo X el conde Borrell II, aprovechando el final de la dinastía carolingia, prescindió de prestar homenaje al nuevo rey, hecho que puede considerarse como el comienzo de la independencia catalana. Lo que había sido una marca fronteriza del Imperio carolingio pasó a ser, de este modo, un condado independiente.
2.- La consolidación de los reinos hispanocristianos: siglos XI y XII.
La muerte de Almanzor y la disgregación política del califato cordobés marcan el comienzo del siglo XI, una época de esplendor para los reinos cristianos que coincide con el reinado de Sancho III el Mayor de Navarra (1.000 – 1.035). Su reinado corresponde al período hegemónico del reino pamplonés. Incluso llegó a anexionarse Castilla. El hecho de que también el condado aragonés le perteneciera, como vimos más arriba, le permitió dar un notable impulso a las peregrinaciones a Santiago de Compostela, abriendo caminos a los peregrinos ultrapirenaicos, mejorando caminos y puentes, etc. En lo sucesivo, este reino se convertiría en la puerta de entrada a la Península de numerosos “francos”, que constituirán un efectivo humano importante para la repoblación. El Camino de Santiago será también la vía de conexión de los reinos cristianos peninsulares con Europa: a través de él llegaron a la Península la Reforma de Cluny y el arte románico y gótico. Pero la muerte de Sancho III trajo consigo importantes modificaciones territoriales: Castilla y Aragón se hacen reinos independientes.
Desde el punto de vista político se producen cuatro acontecimientos fundamentales durante este período:
a) La unión de Cataluña y Aragón.
Aragón pasa de ser condado a ser reino a la muerte de Sancho III el Mayor en 1.035 en la persona de su hijo Ramiro, que gobierna como Ramiro I. Ya conocemos la independencia de los condados catalanes desde Borrell II. Al morir Alfonso I de Aragón en el año 1.134 dejó su reino a las Órdenes Militares. Como este testamento no se podía cumplir, los nobles aragoneses eligieron rey a su hermano Ramiro, que era monje. Ramiro II obtuvo dispensa pontificia para casarse y ser rey, pero prefirió continuar dedicándose a su vida espiritual. Antes de retirarse prometió en matrimonio a su hija Petronila, todavía niña, al conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV, al cual dejó el gobierno de Aragón. Desde entonces, ambas entidades quedarían unidas aunque manteniendo una estructura jurídico-política peculiar, ya que cada territorio conservó sus propias leyes e instituciones; por eso hablaremos de “Corona de Aragón”.
b) La unión castellano-leonesa.
Otro de los hijos de Sancho III el Mayor, heredó a su muerte el condado de Castilla, que también pasa a ser reino, y conquistó por la fuerza de las armas el reino leonés. Se trata de Fernando I (1.035-1.065). Pero a su muerte a mediados del siglo XI se iniciaba un largo proceso de uniones y desuniones que llevaría hasta la unión definitiva de ambos reinos en el año 1.230 en la persona de Fernando III el Santo. Este proceso no se comprende si no tenemos en cuenta la concepción patrimonialista de la realeza propia de esta etapa histórica.
c) La independencia de Portugal.
Tuvo lugar en la primera mitad del siglo XII en la persona de Alfonso Enríquez, al proclamarse rey (1.128) con la ayuda del papado.
- La creación de las Órdenes Militares.
Eran congregaciones de monjes-guerreros. Fueron creadas a imitación de las que se habían fundado en Europa con motivo de las Cruzadas (Hospitalarios y Templarios), y encarnaban el espíritu de la Reconquista, de lucha contra el infiel. Las Órdenes específicamente hispanas fueron las de Calatrava, Santiago y Alcántara, todas ellas creaciones castellanas de la segunda mitad del siglo XII. En adelante, jugarían un papel decisivo en la reconquista y repoblación de los territorios situados al sur del Tajo.
Desde el punto de vista del proceso de reconquista, esta etapa marca el verdadero comienzo de la misma: de la mera resistencia anterior se pasa a la ofensiva. Ello fue posible gracias al desmembramiento del califato de Córdoba en múltiples reinos de taifas, tributarios de los cristianos y enfrentados entre sí. El reino de Navarra quedaría excluido de dicho proceso, al quedar sin frontera con los musulmanes. En 1.200 perdió a manos de Castilla los territorios de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya y, por tanto, la salida al mar. Ante el peligro de ser absorbido por castellanos y aragoneses optó por aliarse con los franceses: su corona pasó a manos de dinastías francesas; no sería recuperada para España hasta principios del siglo XVI.
-Por el oeste, la línea fronteriza pasa del Duero al Tajo tras la conquista de Toledo en el año 1.085 por Alfonso VI de León y Castilla. Fue un hito fundamental por el gran valor de esta plaza, tanto desde el punto de vista estratégico como desde el simbólico. Aunque este decisivo hecho de armas tuvo su respuesta inmediata en la batalla de Sagrajas o Zalaca, los almorávides, que pararon momentáneamente el avance castellano-leonés, no consiguieron sin embargo recuperar esta plaza. A la conquista de Toledo siguió la toma del reino de Valencia por el Cid Campeador, que lo gobernó como vasallo de Alfonso VI, quien no pudo impedir sin embargo su recuperación por los almorávides a principios del siglo XII.
A mediados de aquella centuria, coincidiendo con la decadencia almorávide, los portugueses conquistaron Lisboa, lo que consolidaba la presencia cristiana en la línea del Tajo.
-Por el este, los reyes de Aragón llevaron la frontera hasta el valle del Ebro con la conquista de Zaragoza en el año 1.118. Fue realizada por Alfonso I el Batallador. A su conquista siguieron las de otras plazas situadas en el mismo valle de este río (Tudela, Calatayud y Daroca) hasta Tortosa, que fue incorporada a mediados de aquél siglo en una empresa ya conjunta de catalanes y aragoneses, unidos en un solo reino.
A mediados del siglo XII, la llegada de los almohades paralizaría de nuevo la reconquista.
3.- El gran impulso expansivo hacia el sur: siglo XIII.
Ante el creciente poder de los almohades, manifestado en victorias como la de Alarcos (1.195), los reyes cristianos del norte aunaron esfuerzos. Juntos vencieron a los musulmanes en la Batalla de las Navas de Tolosa, en el año 1.212. Fue un éxito militar rotundo que marcó el declive del poder almohade en Al Andalus.
- A comienzos del siglo el reino leonés, bajo el reinado de Alfonso IX (padre de Fernando III), realizó la conquista de toda la actual Extremadura: Cáceres, la ansiada Mérida y Badajoz (1.230). Pero fue a partir de ese último año cuando Castilla y León, ya unidos para siempre en la persona de Fernando III el Santo, realizó su gran despliegue militar hacia el sur con la incorporación de todo el valle del Guadalquivir (Sevilla 1.248), tarea culminada por su hijo y sucesor Alfonso X el Sabio con las conquistas de Cádiz y el reino de Niebla (1.262). Al sureste de estos territorios se organizó el reino musulmán de Granada, rico y muy bien poblado. En principio quedó convertido en reino vasallo de Castilla, debiendo pagar anualmente las conocidas parias. Entre ambos Estados surgió una nueva frontera que pronto se vio que resultaría muy difícil de defender para el rey de Castilla. Los granadinos realizaban frecuentes incursiones militares por la zona para saquear y para incitar a los mudéjares a la sublevación. Su defensa fue encomendada por los reyes castellanos a las Órdenes Militares.
- La Corona de Aragón, bajo el reinado de Jaime I el Conquistador se anexionó Mallorca e Ibiza primero. La posesión del archipiélago balear era importante no sólo por la riqueza de sus islas, sino porque sus habitantes musulmanes, dedicados a la piratería, eran un peligro para las poblaciones de la costa catalana, de ahí la implicación de la nobleza catalana en esta empresa. Mallorca fue conquistada en 1.229; Menorca tardaría unos sesenta años en ser conquistada. El triunfo de Mallorca animó a Jaime I y sus hombres a lanzarse a la conquista del reino de Valencia, que fue larga y difícil. La ciudad de Valencia se rindió en 1.236. Tras la conquista de la rica huerta valenciana, el resto del territorio levantino fue cayendo poco a poco en poder del rey. Gran parte de los habitantes musulmanes continuaron viviendo en Valencia, que además fue repoblada por aragoneses y catalanes. El rey concedió a este territorio la categoría de reino, con sus leyes e instituciones propias.
La expansión de ambos reinos hacia el sur tras las Navas de Tolosa, exigió la firma de un acuerdo que delimitara las zonas de expansión y conquista de cada uno, a fin de evitar problemas fronterizos. Este acuerdo se ratificó en el Tratado de Almizra.
- Portugal fue el primer reino en concluir “su reconquista”: hacia 1.240 alcanzó el valle bajo del Guadiana y sólo quedaba un reducto musulmán en el extremo suroccidental, reducido con la conquista de Faro en 1.249.
Así pues, a mediados del siglo XIII toda la Península y las islas Baleares estaban bajo dominio cristiano, con la excepción del reino nazarí de Granada, cuyas fronteras con Castilla apenas variaron durante los dos siglos siguientes.
2:LA REPOBLACIÓN:ETAPAS Y MODELOS.
a) Alta Edad Media: siglos VIII al X.
La Repoblación fue la ocupación pacífica de tierras que, como consecuencia de la Reconquista, se iban incorporando a los reinos cristianos.
Durante esta primera etapa la repoblación fue lenta. El sistema empleado fue el de la pressura (León) o aprissio (comarcas catalanas). Por este sistema, los campesinos se convertían en propietarios de aquellas tierras que ocupaban y ponían en explotación, por decreto real. Estos nuevos propietarios procedían en su mayoría del interior de los reinos, pero a ellos se sumaban un gran número de mozárabes procedentes de Al Andalus. A menudo esos pobladores se agrupaban en pequeños núcleos o villas y disponían de unas tierras comunales para aprovechamiento común del terreno para pastos y de bosque (madera).
Sin embargo, hacia el siglo X se encargó la repoblación a monasterios, obispos y nobles, quienes también accedían a la propiedad por presura. Normalmente, dividían su propiedad y la cedían a campesinos libres llamados colonos, que debían pagar unas rentas a su señor a cambio del uso y disfrute de esa tierra. También en estos casos se formaron núcleos de población que dependían del señor.
Durante este período se produjo un proceso creciente de absorción de los pequeños campesinos libres por parte de estos señores.
En las comarcas repobladas por este sistema (parte de Galicia, valle del Duero, alto Ebro y plana de Vic –repoblada por Vifredo el Velloso-) predomina el minifundio.
- Plena Edad Media: siglos XI y XII.
Durante esta etapa predomina la repoblación concejil por medio de la concesión de fueros; cada villa tenía el suyo propio. Fue el sistema empleado para repoblar las regiones comprendidas entre el Duero y el valle del Tajo, prácticamente despobladas, así como el valle del Ebro.
La primera fue llevada a cabo principalmente por Alfonso VI durante la segunda mitad del siglo XI; la segunda por Alfonso I durante la primera mitad del XII. Éste último, ante la falta de efectivos demográficos, consintió la permanencia de los musulmanes en las tierras conquistadas a fin de mantener su explotación económica. Pasaron a denominarse mudéjares. Con todo, este rey llevó a cabo una importante expedición militar por tierras de Al Andalus de la que regresó con 14.000 mozárabes, que repoblaron las tierras de la orilla derecha del Ebro.
El Fueroo Carta Puebla, como también se llamaba, era la ley propia de la villa: recogía los territorios dependientes de ella (el alfoz), las relaciones de los vecinos con el rey o señor de la localidad, las obligaciones a que estaban sujetos los vecinos y los privilegios de que gozaban, medidas todas encaminadas a favorecer la atracción de pobladores para las nuevas comarcas, peligrosas por su condición fronteriza. A los nuevos pobladores no se les exigían muchos requisitos. Básicamente tenían que comprometerse a vivir en el lugar y contribuir a su defensa frente a los ataques islámicos. Normalmente, quedaban exentos del pago de impuestos, gozaban de autonomía para organizar su Concejo.
El Concejo era el órgano encargado del gobierno municipal, y estaba constituido por la reunión de los representantes de la comunidad. Entre sus competencias estaba el reparto de las tierras de labor entre los vecinos y la organización de la explotación de las tierras comunales.
- Plena Edad Media: primera mitad del siglo XIII.
La escasez de pobladores para ocupar los vastos territorios incorporados por los reinos cristianos durante este período (La Mancha, Extremadura) explica la concesión de amplias propiedades (a veces de centenares o miles de kilómetros cuadrados) principalmente a las Órdenes Militares. Se trataba además de tierras escasamente pobladas por los musulmanes. Su repoblación fue lentísima. Se formaron así grandes latifundios dedicados principalmente a la ganadería, ya que aquellos territorios proporcionaban excelentes pastos de invierno para el ganado.
La fórmula empleada para repoblar Valencia, Murcia y el valle del Guadalquivir se conoce como Repartimiento. Este sistema, aunque es propio de esta etapa, ya se había empleado con anterioridad para repoblar los núcleos urbanos ribereños del Ebro: Tudela, Zaragoza y Tortosa. Una comisión de oficiales reales evaluaba los bienes dejados por los musulmanes, cuyas ciudades fueron vaciadas tras la conquista cristiana. Estos oficiales hacían lotes que entregaban a los guerreros que habían participado en la conquista en proporción a su rango militar. El elevado absentismo de muchos de ellos y la escasez de colonizadores dieron lugar poco después a un proceso de concentración de la tierra por parte de grandes terratenientes en buena parte de Andalucía y de Extremadura. Esto explica también la permanencia de una abundante población mudéjar en las zonas rurales de Andalucía Occidental y de Murcia, aunque a veces se concentraba en las morerías de algunas ciudades. Pero en el año 1.264 los mudéjares andaluces protagonizaron una importante sublevación, duramente reprimida por Alfonso X el Sabio tras la cual fueron expulsados del reino de Castilla; buena parte de ellos se trasladaron al vecino reino de Granada. A partir de entonces, la población mudéjar fue escasísima en ese reino (más abundante en la región murciana). En la Corona de Aragón, en cambio, la situación fue diferente: muchos mudéjares permanecieron en la zona de huertas del bajo Aragón y del reino de Valencia. Sin ellos, no hubiera sido posible el mantenimiento de la explotación económica de las tierras agrícolas de esta región.
3 Y 4:CRISIS BAJOMEDIEVAL EN LOS REINOS PENINSULARES:CASTILLA Y ARAGÓN.
Crisis demográfica
La Baja Edad Media fue una época de crisis demográfica, social y económica en toda Europa. Esta crisis se debió a una serie de factores climáticos (se da una fase climática de intenso frío, en algunas regiones se dan importantes sequías) y agrícolas (agotamiento y poca productividad de las tierras, avance de la ganadería a costa de las tierras de cultivo). La principal consecuencia de esto fueron frecuentes hambrunas, como las que padeció Castilla en 1.310, 1.335 y en el período 1.345-46.
Otro hecho importante se sumó al hambre: la Peste Negra, que desde 1.347 empezó a extenderse a toda Europa desde el Mar Negro. A España llegó en 1.348, primero a Baleares y Cataluña, y más tarde, ya en 1.349, a Castilla. A partir de entonces, esta epidemia reaparecerá cíclicamente en los reinos peninsulares, alcanzando especial importancia en los años 1.352 y 1.381.
El hambre y la Peste Negra, junto con las numerosas guerras y luchas de la época, dieron lugar a una importante crisis demográfica que diezmó la población y que fue más intensa en la Corona de Aragón (Cataluña pierde la mitad de su población). La recuperación no se iniciaría hasta el siglo XV, aunque en muchas zonas (sobre en Cataluña) no será hasta finales de este siglo.
Como consecuencia de esta crisis demográfica, a finales del siglo XV, los reinos peninsulares tenían la misma población que dos siglos antes. Además, en numerosas comarcas se produjo un proceso de despoblamiento de numerosas aldeas y villas, aumentando, por otro lado, la población de las grandes ciudades como Valencia, Palma de Mallorca, Sevilla (40.000 habitantes), Zaragoza, etc. A partir de entonces, Castilla sería el reino más poderoso de la Península al superar más rápidamente y mejor la crisis que Aragón, que seguirá sumida en una grave crisis hasta bien entrada la Edad Moderna (éste será uno de los motivos por los que los aragoneses decidan, más tarde, unirse a Castilla).
Crisis económica
La reducción de la población tuvo como consecuencia la falta de mano de obra en el campo, por lo que la producción agrícola disminuyó, lo que llevó a una escasez de alimentos que no hizo más que empeorar la situación, multiplicándose las hambrunas.
La crisis afectó sobre todo a zonas con intensos contactos comerciales, pues fue el comercio el que dispersó la Peste Negra. Por ello, la crisis fue mayor en Aragón: la Peste afectó a las grandes ciudades comerciales, cuya economía se hundió. En Castilla, en cambio, la epidemia tuvo una menor incidencia sobre la economía, que se basaba fundamentalmente en la producción lanera, que no se vio afectada, pues la Peste afectaba a las personas y no a las ovejas.
El comercio se redujo drásticamente en toda Europa, al ser el causante de la propagación de la epidemia. Los viajes se hicieron muy peligrosos debido al peligro de contagio y al bandolerismo, que se incrementó notablemente. Además, debido a la escasez de mano de obra, los salarios subieron, lo que a su vez hizo subir los precios de todos los productos, dándose una fuerte inflación.
La escasez de mano de obra en el campo y la contracción del comercio disminuyeron los ingresos y las rentas de las monarquías, ya que se percibían menos impuestos. Asimismo, los nobles percibían menos impuestos de sus siervos, pues éstos se habían reducido mucho; los nobles vieron debilitarse su poder económico y, por lo tanto, su poder político en esta época; este hecho es una de las principales causas de las frecuentes luchas nobiliarias de la Baja Edad Media. La reacción de la monarquía y de los nobles fue aumentar la presión fiscal, bien mediante la creación de nuevos impuestos, o bien aumentando los ya existentes, lo que agravó más la crisis.
En Castilla fue muy importante durante este período el crecimiento de la ganadería, favorecida por el despoblamiento de muchas regiones. La calidad de la lana se mejoró criando desde ahora otro tipo de ovejas: las merinas. Ésta es la época de mayor desarrollo de la Mesta, encargada de organizar la trashumancia (desplazamientos anuales de ganado del norte al sur de la península en busca de pastos a través de largos caminos o cañadas reales). También en la Corona de Aragón se extendió la ganadería en estos siglos aunque no tuvo el desarrollo que alcanzó en Castilla.
Crisis social
La crisis demográfica y económica dio lugar a una grave crisis social. La pérdida de beneficios (debido a la crisis económica y al despoblamiento del campo) por parte de la nobleza hizo que la presión de ésta sobre los campesinos se incrementase, sobre todo mediante tributos abusivos, la generalización de los “malos usos” (muy duros en Aragón) y la adscripción de los campesinos a la tierra (es decir, que los campesinos no podían abandonar sus tierras para vivir y trabajar en otros sitio sin permiso del señor).
Ya que los señores perdieron poder económico y social en sus señoríos territoriales (esto es, en sus propiedades), aumentaron su poder mediante la adquisición de señoríos jurisdiccionales (poder judicial y fiscal), además de apropiarse de tierras que no eran suyas (de campesinos libres, de realengo…) Por último, con frecuencia los nobles acudían a otra forma de aumentar sus riquezas y mantener así su posición social: la lucha con otros nobles, para apropiarse de sus bienes, y el bandidaje. En este sentido, fue muy frecuente la formación de “bandos” o “partidos” (facciones) enfrentados entre sí.
Todo ello llevó a numerosos conflictos a lo largo de toda esta época. La mayoría fueron luchas antiseñoriales; enfrentamientos de campesinos contra los nobles. En otros casos, los enfrentamientos se produjeron entre campesinos y ganaderos (muchos de ellos nobles, que se apropiaban indebidamente de tierras de cultivo); también hubo numerosos enfrentamientos entre los habitantes de las villas y la baja nobleza rural (hidalgos, herederos de los caballeros villanos). En las ciudades, las diferentes familias que conformaban la oligarquía ciudadana se enfrentaban entre sí, mientras que los artesanos organizados en cofradías o gremios se enfrentaron con el patriciado urbano (esto es, las familias nobiliarias que dominaban las ciudades).
Las luchas antiseñoriales más importantes se dieron allí donde los abusos de los señores fueron mayores: en la Corona de Aragón, y más en concreto en Cataluña (1.460-1.472). Fue la rebelión de los payeses de remensa, que sufrían los malos usos además de tener que pagar la redimença si querían abandonar sus tierras. Estos conflictos no se terminaron definitivamente hasta la época de Fernando el Católico con la Sentencia Arbitral de Guadalupe (1.486), por la que los payeses consiguieron la abolición de los malos usos y la propiedad sobre sus tierras, previo pago de una cantidad determinada a sus señores.
Otra lucha antinobiliaria fue el movimiento hermandino que se dio en Galicia (1.467-1.470). Aunque en principio era una revuelta de los burgueses contra los grandes señores, pronto se les unieron los campesinos, que se radicalizaron y cometieron numerosos excesos. Muchos nobles huyeron o fueron asesinados, y muchos castillos fueron destruidos. Sin embargo, finalmente los señores se impusieron, en parte con la ayuda de los burgueses, asustados por el radicalismo de los campesinos.
El mismo carácter antiseñorial tuvo la revuelta de los foráneos o forans, en Mallorca, entre los años 1.450-1.452, además de estar motivada por los abusos fiscales que la ciudad de Palma ejercía sobre el resto de la isla. Los protagonistas de esta revuelta fueron los campesinos de los campos mallorquines, que fueron duramente reprimidos por el ejército aragonés.
Finalmente, hay que citar otro conflicto social de esta época: las numerosas matanzas o pogroms de judíos (Toledo, 1.351; Nájera, 1.360; Sevilla, Valencia y Barcelona 1.391). En una época de carestía y abusos como ésta, los judíos representaban la opresión fiscal, por ser ellos recaudadores de tributos y gente dedicada al mundo del dinero. Sobre ellos recayó la culpa de todos los males del momento. Estas matanzas fueron promovidas por la predicación de algunos eclesiásticos radicales, como el famoso “arcediano de Écija”. Muchos judíos se convirtieron al cristianismo, o más bien fingieron convertirse, siguiendo las predicaciones del dominico Vicente Ferrer.
Crisis política
El problema político de esta época surge debido a la intención de los reyes de fortalecer y extender su poder, de imponer su autoridad sobre todas las regiones y sobre todos los habitantes de sus reinos. En este proceso, los reyes contaron con el apoyo de las Cortes y chocaron con una serie de grupos sociales que vieron peligrar su posición privilegiada.
Así, se dio una lucha entre dos formas de concebir el poder del rey: el autoritarismo (defendido por los reyes y sus consejeros, “lo que place al rey tiene vigor de ley”) y el pactismo (defendido por los grandes nobles y las grandes ciudades, “lo que a todos concierne por todos debe ser aprobado”).
En Castilla, fue el autoritarismo el que se impuso en la Baja Edad Media. Importante para ello fue el Ordenamiento de Alcalá (1.348) promulgado por el rey Alfonso XI. Se trata de una recopilación de leyes que se impone a todas las leyes especiales y fueros del reino, primando así la ley del rey sobre las demás. Este ordenamiento suponía también la imposición de Las Partidas de Alfonso X el Sabio como fuente principal del derecho del reino y la creación de la figura del corregidor, funcionario nombrado por la corona para representar sus intereses en el municipio, ostentando la presidencia del concejo. Sin embargo, el triunfo del autoritarismo regio se vería comprometido pocos años después con la victoria de Enrique II de Trastamara en la guerra civil que lo enfrentó contra su hermanastro Pedro I el Cruel, ya que aquél contaba con el apoyo de una nobleza enfrentada a la política autoritaria de Pedro I. Con todo, los monarcas posteriores fueron afirmando paulatinamente su autoridad, de manera que en Castilla tuvieron más poder que en la Corona de Aragón, donde debieron gobernar contando con la opinión de las ciudades y los nobles; además, en Aragón, cada uno de los reinos (Aragón, Cataluña, Valencia y Mallorca) tuvieron amplia autonomía y leyes propias, lo que mermaba aún más el poder real. En estos territorios, los reyes intentaron afirmar su poder, pero a fin de contrarrestarlo y de defender los fueros y privilegios de los territorios de la Corona, los nobles aragoneses se unieron en una hermandad, la Unión aragonesa. El rey se vio obligado, ante una amenaza de rebelión, a conceder el Privilegio General de la Unión a finales del siglo XIII, lo que suponía el reconocimiento para la nobleza de amplios privilegios. Aunque este documento sería suprimidopor Pedro IV el Ceremonioso en 1.348 en un claro gesto de afirmación del autoritarismo regio, en estos territorios triunfó el pactismo como forma de gobierno. Buena prueba de ello fue el nacimiento de la Generalitat catalana en 1.359: máximo órgano de representación política de Cataluña frente a posibles infracciones legales de la Corona. A principios del siglo XV nacerían la aragonesa y la valenciana. Un nuevo intento posterior de afirmar la autoridad real daría paso a una Guerra civil en Cataluña durante los años 1.460-72. Los catalanes se rebelaron y proclamaron rey a Luis XI de Francia. La victoria final del rey de Aragón supuso la afirmación de la autoridad monárquica, pero el conflicto, aparte de dejar al reino muy debilitado, obligó al rey a respetar la autonomía de sus territorios.
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